El valor

En la Fiesta todo es valor y el toro es el más valiente de todos. Se trata de un herbívoro cuyo instinto, como el que tienen todos los otros bovinos, es el de huir ante el peligro. Pero no. El Bravo no es así, el bravo al sentirse acorralado, lucha contra su propio ser, supera su miedo y pelea, no se deja humillar.

El bravo da la cara, el bravo en el tercio de varas, sabiéndose herido, sabiendo que su vida está en juego, se arranca de lejos al caballo sin importarle lo que pueda ocurrir. El toro es un animal de honor, es conocedor del honor de la muerte y de la vergüenza de la cobardía.

En el campo bravo los toros pelean a muerte, un toro no hiere a un compañero y lo abandona a su suerte, no dejará sufrir a su adversario la humillación de la derrota, aunque rival le respeta. El toro peleará hasta que uno de los dos muera y cada cual obtenga su Gloria.

Al toro bravo, en la Plaza, no se le puede levantar la mano, no se le puede citar en corto, no se le puede plantar pelea en los adentros. Al bravo hay que llevarlo largo, con la mano baja y en el centro del ruedo. Citando de verdad y sin ventajas, primero porque merece pelear así, segundo porque de otra forma el torero tendrá muchos problemas…

El toro bravo va de cara por la vida, por eso en el ritual del toreo el toro pelea “a muerte” con el toreo, él marca las reglas, las reglas del honor, el toro tiene la oportunidad, y es al único animal al que se concede este privilegio, de quitarle la vida a su oponente y sobre todo, como ocurrió hace unos días en Barcelona, de salvar su vida.

¡Cuanto hemos de aprender del toro!

2 comentarios:

  1. Maestro, una vez más mi enhorabuena. Estoy adicto a tu blog. Siempre aprendo cosas nuevas y descubro la pureza del arte del toreo en todo su esplendor.
    Por cierto, lo de la comida iba en serio. A ver cuando concretamos.
    Un abrazo.

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  2. Lo dice Francis Wolff: el toro es un combatiente.

    Y, por tanto, posee las cualidades propias de su condición. La primera: el valor.

    Y por eso se le debe honrar cuando se hace merecedor de ello.

    Y por esto se guarda memoria de aquellos esclarecidos toros que estuvieron en su sitio, que cumplieron como buenos.

    En el recuerdo de los aficionados.

    En los que no los vieron pero oyeron hablar de ellos.

    En las cartelas que, bajo sus cabezas, cuentan lo que hicieron. Para que nadie lo olvide.


    Por eso algunos han fundado linajes y reavivaron la gloria de su casta.

    Por eso otros han pasado por la arena como se esperaba de su origen, como lo hicieron sus abuelos, en otras plazas, en otros años.

    Cada cual tiene su deber en el mundo. El de estos animales es único, inigualable. Ahí reside su grandeza.

    Quitémonos, pues, el sombrero ante los toros valientes.

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